Aquí estuvo Miki

Cristina Santa
3 min readNov 7, 2020

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Es evidente que está siendo un año globalmente complicado. También lo está siendo personalmente. Y no me imaginé (o no quise imaginarme) que también lo sería académicamente. En este último aspecto lo es, principalmente, porque nos han robado los días de ir en bicicleta a la universidad y nos han cortado todo contacto con aquellos que nos guían y acompañan en nuestra formación.

Estoy convencida de que el aprendizaje necesita experiencia. ¿Y qué tipo de experiencia hay en un profesor impartiendo una clase ante una pantalla negra? Hablaré en unos años de la persona que tutorizó mi trabajo fin de grado y lo haré sin saber cómo brillaban sus ojos, cómo sonaban sus zapatos al andar o cuántos centímetros le sobraban al pasar por la puerta de la facultad.

Me sirve esto como introducción para hablar de Miki Naranja, hacedor de poemas y enamorado de lo cotidiano, que ayer dejó de ser ave de paso. Y es que él me ha mantenido convencida todo este tiempo de que hay personas que, aún estando detrás de una pantalla, consiguen sacudir tus sentimientos. Hoy me he levantado con el corazón encogido por su vuelo. Tanto es así, que no tenía especial motivación por salir de la cama. He pensado entonces que, con el fin de evadirme de la realidad, era un momento ideal para volver a escuchar “Hotel Jorge Juan”. “Después de tanto tiempo — me decía a mí misma — seguro que algún escritor que conozco ha ido al programa”. Al buscar el podcast de Javier Aznar, me he encontrado con un episodio subido ayer bajo el título “Recordando a Miki Naranja”. Se trataba de una recuperación de una conversación entre mis dos máximos referentes de lo cotidiano: Miki y Javier. Y como quien se tira a la piscina aún sabiendo que se va ahogar, le he dado al play.

Son cuarenta y ocho minutos llenos de las humildes intervenciones del poeta (porque Miki no sabía hacer las cosas de otra manera). Y llenos también de toda esa sensibilidad que vivía en él.

En algún momento, Javier se atreve a preguntarle por su enfermedad. Hablan entonces de ese aprendizaje que desde fuera se percibe como heroico, pero que es parte de la normalidad desde los ojos del paciente y familiares. “No soy partidario de aprender por enfermedades ni le deseo a nadie este tipo de aprendizajes forzosos”. Y siguiendo en su lírica de lo cotidiano, añade: “Necesito buscarme mis rincones de belleza y mis rescates cotidianos, pero por pura supervivencia.” Me vienen en ese momento a la mente unas líneas incluidas en “Aquí estuvo Kilroy”, el último libro del autor, quien de alguna manera ya sabía lo que venía:

“Me basta un pájaro cantando alegremente en la cornisa.

Me basta con escribir algún poema menor y dar las gracias.

Me basta volver a ti como quien regresa cansado de un largo viaje.

Me basta.”

“Cuando has vivido una ausencia, al final te vas dando cuenta de que lo que recuerdas de las personas son pequeñas cosas” — dice en algún otro momento de la entrevista.

Estoy segura, Miki, de que te llevas contigo infinidad de esas pequeñas cosas. Y me reconforta saber que aunque tú te vas, tus letras se quedan. Con ellas, tu ausencia será menos ausencia y seremos aprendices para siempre. “Solo aprende quien admira”, decías. Y déjame decirte. La admiración sobrevive a la enfermedad, al tiempo e incluso a la muerte.

“No me da miedo

la muerte,

la mía.

La tuya es otra distinta:

más fría,

más mía,

más muerte.”

Gracias por enseñarme que hay maestros que te cambian a través de una pantalla. Gracias por el ejemplo y la magia.

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